Una de las oraciones más célebres después del Padrenuestro es el “Ave María”.
La lengua griega usa dos verbos para el saludo: jaire (alégrate) y hygiaine (ten salud). Eso explica que las versiones modernas de la Biblia suelen traducir “Alégrate, María”. Los romanos, a su vez, empleaban indistintamente dos verbos “ave” y “salve”(=salud, te saludo). El ave se usaba ordinariamente por la mañana, y el salve por la tarde.
La primera parte de la salutación, que data no más allá del siglo IV, surge de versículos del Evangelio, que reproducen el saludo del Ángel Gabriel «Salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo» y el de Isabel, madre de San Juan Bautista: «Bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre». En el siglo XIII el papa Urbano IV decide incluir la palabra “María” al inicio para que se identificase la llena de gracia. Así mismo ocurrió con la palabra “Jesús” al final, para que quedase claro quién era el fruto de su vientre. En esta época ya hay un uso generalizado y popular del Ave María. Y en los monasterios comienza la práctica del Rosario, llamado “salterio del Ave María”: una repetición piadosa del Ave María, unas 150 veces, sustituyendo los 150 salmos (salterio) para los monjes que no sabían leer.
La segunda parte de la oración, un ruego, empezó a usarse mucho más tarde, en el siglo XV: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Y el papa Pío V en el año 1569 fijó la fórmula definitiva que usamos hoy en día.