VIERNES SANTO

Es Viernes Santo. Tal día como hoy, el cordero pascual “que quita el pecado del mundo” era crucificado fuera de los muros de Jerusalén en una cantera, llamada Gólgota, al oeste de la ciudad. Y su sangre derramada, que salpica las jambas de las puertas de las murallas de la ciudad como en la salida de Egipto, sirve para salvar de la muerte a los hombres de ayer, hoy y siempre.  El Viernes Santo conmemoramos, no solo la muerte del Señor, sino la muerte que da Vida.

Según la ley romana, el suplicio de la cruz iba precedido de la flagelación del condenado. Esta se hacía con un látigo de mango corto compuesto de dos correas gruesas y anchas terminadas con dos bolas de plomo. Este tormento provocaba desgarraduras en la piel y los músculos con profundas heridas contusas y abundante sangre.

La cruz estaba formada de dos piezas: la vertical que estaba anclada al suelo y la horizontal, llamada “patíbulo de la cruz”, que era un madero de unos 50 kgs. de peso. El reo era fijado a la cruz habitualmente con clavos y se colocaba una especie de repisa sobre la que descansaban los pies. Las ejecuciones se realizaban en un lugar establecido donde estaban levantados permanentemente varios troncos de cruz que medían entre dos y cinco metros. En la parte alta se clavaba el “título” o cartel donde se especificaba el nombre del condenado y el motivo de la condena.

Después de los azotes en los locales de la guardia del tribunal se obligaba al condenado a llevar a pie el madero horizontal hasta el lugar de la ejecución. Llegado al lugar, el reo era tendido en el suelo sobre el madero (patíbulo) con los brazos abiertos. Cada palma era fijada al madero mediante un clavo de carpintero de unos 15 centímetros de largo introducido a la altura de la muñeca. Luego el madero horizontal era colocado sobre el extremo superior del tronco de la cruz. A continuación, el verdugo doblaba las rodillas del reo colocando el pie derecho sobre el izquierdo y fijaba estos al tronco de la cruz con un clavo que atravesaba los metatarsos. La agonía podía durar varias horas. En ocasiones se aceleraba la muerte mediante la rotura de las piernas para agilizar la lenta asfixia perdiendo el reo toda posibilidad de apoyo para realizar el movimiento de inspiración. Finalmente, cuando la autoridad accedía a la petición de los familiares para enterrar el cuerpo, era obligado dar el “golpe de gracia” con una lanza en el costado derecho para asegurar la muerte del condenado.

Hoy la Iglesia nos invita a adorar el misterio de la Cruz aclamando: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”

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