JUEVES SANTO

El jueves santo es la llave que abre el gran Triduo Pascual. Es el día de la reconciliación fraterna. La misa de la tarde, de la Cena del Señor, clausura la Cuaresma y conmemora la institución de la Eucaristía.

La víspera de la Pasión Jesús tomó pan y vino y celebró en aquella mesa con sus apóstoles lo que los días siguientes acontecería en la cruz y en el santo sepulcro. La Última Cena, y por tanto la eucaristía, no es una cena de despedida sin más. En ella se realiza el misterio pascual: se actualiza la Pascua de Jesús, el paso de la muerte a la resurrección del Señor. No solo lo recuerda sino que lo contiene. Nos encontramos, por decirlo así, al pie del Calvario y junto al Santo Sepulcro. Se superan el espacio y el tiempo y nos colocamos en el mismo momento de la resurrección del Señor.

Y comienza el Triduo Pascual… que es la celebración del misterio del tránsito de la muerte a la vida de Cristo. Lo hacemos como una única celebración que empieza con la Última Cena tras la que Jesús sale con los apóstoles hacia el huerto de Getsemaní donde es apresado. Sigue con el oficio del Viernes Santo donde se proclama toda la Pasión y muerte del Señor invitándonos a adorar esa cruz de la que tantas veces huimos cuando se presenta en nuestra vida. Y al final del Sábado Santo de la sepultura del Señor, al atardecer, nos volvemos a reunir en la Santa y Solemne Vigilia Pascual donde la Iglesia se sumerge en la noche santísima en que Cristo resucitó.

Este año se nos concede celebrarlo de una forma diferente y única, con más intimidad que nunca. Está el Señor

esperándonos para derramar sus gracias sobre nosotros. Que ningún “faraón” nos impida salir a su encuentro.

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