JUEVES 2 PASCUA

EL MAL DE LA PANDEMIA NOS TRAE UN BIEN: PATERNIDAD

El mundo hebreo de tiempos de Jesús ponía en estrecha relación los males y los pecados. Cuando uno sufría una enfermedad o una desgracia era consecuencia de sus pecados o los de su familia. Todavía hoy se oye decir a algunos que esta pandemia es el castigo (léase venganza) de Dios por nuestros pecados que tanto le  ofenden. Para empezar, si a Dios le podemos ofender es que es un dios demasiado pequeño.

Relata el evangelio que llegaron hasta Jesús algunos asustados y escandalizados por una noticia terrible: Pilatos había matado a algunos galileos mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían (es horrendo para un israelita ver mezclada su sangre con otra porque en ella habita el alma de cada hombre). ¿Qué pecado tan grave habrían cometido para que Dios les castigase con semejante final?, se preguntaban. Y Jesús les dijo: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Por tanto, no es castigo ni venganza pero sí es enseñanza y corrección para los que caminamos en este mundo. Ciertamente el dolor, la enfermedad y la muerte son males. Y Dios no quiere el mal. Sin embargo, Él es el todopoderoso y es la causa última de todo lo que existe y acontece. En su insondable designio, Él lo permite.

 Jesús nos enseñó que Dios es Padre amoroso y que nos ama por encima de todo. Por eso, puedo entender la contradicción desde el ejemplo terreno de la paternidad. Soy lo que soy y tengo valores grabados en mi corazón gracias a que mis padres me corrigieron muchas veces, incluso con castigos. Otros educadores no me ayudaron, nunca se preocuparon de amonestarme si erraba. Evidentemente no me querían tanto ni les interesaba mi futuro. ¿Quién me ha querido de verdad? 

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