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VIERNES DE PASCUA

Vivo sin vivir en mí

Santa Teresa de Ávila

Vivo sin vivir en mí

y tan alta vida espero

que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,

después que muero de amor,

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí;

cuando el corazón le di

puso en mí este letrero:

«Que muero porque no muero».

Esta divina unión,

y el amor con que yo vivo,

hace a mi Dios mi cautivo

y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión

ver a mi Dios prisionero,

que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!

¡Qué duros estos destierros,

esta cárcel y estos hierros

en que está el alma metida!

Sólo esperar la salida

me causa un dolor tan fiero,

que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,

vida, no me seas molesta;

porque muriendo, ¿qué resta,

sino vivir y gozarme?

No dejes de consolarme,

muerte, que ansí te requiero:

que muero porque no muero. 

JUEVES DE PASCUA

Santa teresa de Jesús

Vuestra soy

Vuestra soy, para vos nací:

¿qué mandáis hacer de mi?

Soberana Majestad,

eterna sabiduría,

Bondad buena al alma mía;

Dios, Alteza, un Ser, Bondad:

la gran vileza mirad,

que hoy os canta amor así:

¿qué mandáis hacer de mi?

Vuestra soy, pues me criastes,

vuestra pues me redimistes,

vuestra, pues que me sufristes,

vuestra pues que me llamastes.

vuestra, porque me esperastes,

vuestra pues no me perdí,

¿qué mandáis hacer de mi?

¿Qué mandáis, pues, buen Señor,

que haga tan vil criado?

¿Cuál oficio le habéis dado

a este esclavo pecador?

veisme aquí, mi dulce amor,

amor dulce veisme aquí:

¿qué mandáis hacer de mi?

Veis aquí mi corazón,

yo le pongo en vuestra palma;

mi cuerpo, mi vida y alma,

mis entrañas y afición.

Dulce esposo y redención,

pues por vuestra me ofrecí,

¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme muerte, dadme vida;

dad salud o enfermedad,

honra o deshonra me dad,

dadme guerra o paz crecida,

flaqueza o fuerza cumplida,

que a todo digo que sí:

¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme riqueza o pobreza,

dad consuelo o desconsuelo,

dadme alegría o tristeza,

dadme inferno o dadme cielo,

vida dulce, sol sin velo,

pues del todo me rendí:

¿qué mandáis hacer de mi?

Si queréis dadme oración;

si no, dadme sequedad,

si abundancia y devoción,

y si no esterilidad.

Soberana Majestad:

sólo hallo paz aquí,

¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme pues sabiduría,

o, por amor, ignorancia;

dadme años de abundancia,

o de hambre y carestía.

Dad tiniebla o claro día,

revolvedme aquí y allí,

¿qué mandáis hacer de mi?

Si queréis que esté holgando,

quiero por amor holgar,

si me mandáis trabajar,

morir quiero trabajando;

decid dónde, cómo y cuándo,

decid dulce amor decid:

¿qué mandáis hacer de mi?

Dadme Calvario o Tabor,

desierto o tierra abundosa;

sea Job en el dolor,

o Juan que al pecho reposa;

sea viña fructuosa,

o estéril, si cumple así:

¿qué mandáis hacer de mi?

Sea José puesto en cadena,

o de Egipto adelantado,

o David sufriendo pena,

o ya David encumbrado.

Sea Jonás anegado,

O libertado de allí:

¿qué mandáis hacer de mi?

Haga fruto o no lo haga,

esté callando o hablando,

muéstreme la ley mi llaga,

goce de Evangelio blando;

esté penando o gozando,

sólo vos en mí vivid.

¿qué mandáis hacer de mi?

Vuestra soy, para vos nací:

¿qué mandáis hacer de mi?

MIÉRCOLES DE PASCUA

Nada te turbe. Santa Teresa de Ávila

Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda.

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,

Al cielo sube,

Por nada te acongojes,

Nada te turbe.

A Jesucristo sigue

Con pecho grande,

Y, venga lo que venga,

Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo

Es gloria vana;

Nada tiene de estable,

Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,

Que siempre dura;

Fiel y rico en promesas,

Dios no se muda.

Ámala cual merece

Bondad inmensa;

Pero no hay amor fino

Sin la paciencia.

Confianza y fe viva

Mantenga el alma,

Que quien cree y espera

Todo lo alcanza.

Del infierno acosado

Aunque se viere,

Burlará sus furores

Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,

Cruces, desgracias;

Siendo Dios su tesoro,

Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;

Id, dichas vanas;

Aunque todo lo pierda,

Sólo Dios basta.

MARTES DE PASCUA

En la ciudad vieja de Jerusalén se encuentra la basílica donde se conserva el lugar de la tumba de Jesús y, por tanto, el de su resurrección.

Durante la noche santa de la Resurrección está abarrotada la basílica de cristianos ortodoxos que esperan ansiosos la hora de esa resurrección. Allí oran unos, duermen otros, esperan todos. Y poco después del alba, el patriarca ortodoxo de Jerusalén penetra en el pequeño edículo que encierra el sepulcro de Jesús. Se cierran sus puertas y allí permanece largo rato en oración, mientras crece la ansiedad y la espera de los fieles. Al fin, hacia las seis de la mañana, se abre uno de los ventanucos de la capillita del sepulcro y por él aparece el brazo del patriarca con una antorcha encendida. En esta antorcha encienden los diáconos las suyas y van distribuyendo el fuego entre los fieles que, pasándoselo de unos a otros, van encendiendo todas las antorchas. Sale entonces el patriarca del sepulcro y grita: ¡Cristo ha resucitado! Y toda la comunidad responde: ¡Aleluya!

Y en ese momento se produce la gran desbandada: los fieles se lanzan corriendo hacia las puertas, hacia las calles de la ciudad con sus antorchas encendidas y las atraviesan gritando: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! Y quienes no pudieron ir a la ceremonia encienden a su vez sus antorchas y como un río de fuego se pierden por toda la ciudad.

Sería propio de todos los cristianos dejar arder las antorchas de nuestras almas y salir por el mundo gritando el más gozoso de todos los anuncios: que Cristo ha resucitado y que, como Él, todos nosotros resucitaremos.

SÁBADO SANTO

La pascua del Señor es la acción con la cual Jesucristo, como hombre, se hunde en la muerte, la destruye y llega por la ascensión y resurrección a colocar la humanidad a la derecha del Padre.

Dice san Agustín que Navidad es un recuerdo, un aniversario (recordamos con alegría que el Señor nació). Pero ocurrió hace ya 2000 años y aquello pasó. Continúan los frutos pero el nacimiento ocurrió entonces. En cambio Pascua es un sacramento. Un sacramento es cuando, aquello que yo recuerdo con mi mente, además, se hace realmente presente aquí a través de unos signos. Nosotros tenemos un sacramento de la muerte y de la resurrección de Jesús, de su Pascua. Y es lo que celebramos cada domingo, día en que Cristo pasó de la muerte a la vida.

Nadie vio el momento de la resurrección. Sabemos que fue en una madrugada como ésta del sábado al domingo. Por eso, esta noche es la más santa del año. San Agustín la llama la “madre de todas las noches”. Y la Iglesia esta noche está en vela, expectante, esperando la llegada del Resucitado. El pregón de la Vigilia Pascual es una proclamación que resume y explica admirablemente lo que celebramos en esta liturgia solemnísima.

VIERNES SANTO

Es Viernes Santo. Tal día como hoy, el cordero pascual “que quita el pecado del mundo” era crucificado fuera de los muros de Jerusalén en una cantera, llamada Gólgota, al oeste de la ciudad. Y su sangre derramada, que salpica las jambas de las puertas de las murallas de la ciudad como en la salida de Egipto, sirve para salvar de la muerte a los hombres de ayer, hoy y siempre.  El Viernes Santo conmemoramos, no solo la muerte del Señor, sino la muerte que da Vida.

Según la ley romana, el suplicio de la cruz iba precedido de la flagelación del condenado. Esta se hacía con un látigo de mango corto compuesto de dos correas gruesas y anchas terminadas con dos bolas de plomo. Este tormento provocaba desgarraduras en la piel y los músculos con profundas heridas contusas y abundante sangre.

La cruz estaba formada de dos piezas: la vertical que estaba anclada al suelo y la horizontal, llamada “patíbulo de la cruz”, que era un madero de unos 50 kgs. de peso. El reo era fijado a la cruz habitualmente con clavos y se colocaba una especie de repisa sobre la que descansaban los pies. Las ejecuciones se realizaban en un lugar establecido donde estaban levantados permanentemente varios troncos de cruz que medían entre dos y cinco metros. En la parte alta se clavaba el “título” o cartel donde se especificaba el nombre del condenado y el motivo de la condena.

Después de los azotes en los locales de la guardia del tribunal se obligaba al condenado a llevar a pie el madero horizontal hasta el lugar de la ejecución. Llegado al lugar, el reo era tendido en el suelo sobre el madero (patíbulo) con los brazos abiertos. Cada palma era fijada al madero mediante un clavo de carpintero de unos 15 centímetros de largo introducido a la altura de la muñeca. Luego el madero horizontal era colocado sobre el extremo superior del tronco de la cruz. A continuación, el verdugo doblaba las rodillas del reo colocando el pie derecho sobre el izquierdo y fijaba estos al tronco de la cruz con un clavo que atravesaba los metatarsos. La agonía podía durar varias horas. En ocasiones se aceleraba la muerte mediante la rotura de las piernas para agilizar la lenta asfixia perdiendo el reo toda posibilidad de apoyo para realizar el movimiento de inspiración. Finalmente, cuando la autoridad accedía a la petición de los familiares para enterrar el cuerpo, era obligado dar el “golpe de gracia” con una lanza en el costado derecho para asegurar la muerte del condenado.

Hoy la Iglesia nos invita a adorar el misterio de la Cruz aclamando: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”

JUEVES SANTO

El jueves santo es la llave que abre el gran Triduo Pascual. Es el día de la reconciliación fraterna. La misa de la tarde, de la Cena del Señor, clausura la Cuaresma y conmemora la institución de la Eucaristía.

La víspera de la Pasión Jesús tomó pan y vino y celebró en aquella mesa con sus apóstoles lo que los días siguientes acontecería en la cruz y en el santo sepulcro. La Última Cena, y por tanto la eucaristía, no es una cena de despedida sin más. En ella se realiza el misterio pascual: se actualiza la Pascua de Jesús, el paso de la muerte a la resurrección del Señor. No solo lo recuerda sino que lo contiene. Nos encontramos, por decirlo así, al pie del Calvario y junto al Santo Sepulcro. Se superan el espacio y el tiempo y nos colocamos en el mismo momento de la resurrección del Señor.

Y comienza el Triduo Pascual… que es la celebración del misterio del tránsito de la muerte a la vida de Cristo. Lo hacemos como una única celebración que empieza con la Última Cena tras la que Jesús sale con los apóstoles hacia el huerto de Getsemaní donde es apresado. Sigue con el oficio del Viernes Santo donde se proclama toda la Pasión y muerte del Señor invitándonos a adorar esa cruz de la que tantas veces huimos cuando se presenta en nuestra vida. Y al final del Sábado Santo de la sepultura del Señor, al atardecer, nos volvemos a reunir en la Santa y Solemne Vigilia Pascual donde la Iglesia se sumerge en la noche santísima en que Cristo resucitó.

Este año se nos concede celebrarlo de una forma diferente y única, con más intimidad que nunca. Está el Señor

esperándonos para derramar sus gracias sobre nosotros. Que ningún “faraón” nos impida salir a su encuentro.

MIÉRCOLES SANTO

La liberación pascual del pueblo de Israel en Egipto fue cierta y una auténtica gracia de Dios, aunque pobre.  Es verdad que fueron salvados de un faraón que los hubiera tenido esclavizados muchos años más; pero, al final, hay una esclavitud de un “faraón” peor que es el sepulcro.  Aquella liberación fue importante pero limitada.

Cuando yo, cristiano, me dedico con toda mi alma a que en una sociedad donde hay muchas injusticias, los pobres empiecen a poder vivir con la dignidad humana debida, les hago un verdadero bien y les doy una buena noticia y una cierta felicidad. Es una gran obra sí, pero es pobre porque aquel hombre que antes era un esclavo y ahora tiene una cierta dignidad humana, vendrá un tiempo en que se pondrá enfermo, se morirá, lo meterán en un ataúd y lo llevarán al cementerio. Entonces, esta liberación que yo le he procurado es verdadera, pero limitada y pobre. Hay una redención que yo no puedo darle y es la limitación de la muerte. Por eso, aquellos que vieron a Jesús morir y luego resucitado; aquellos que comieron, hablaron y tocaron a Cristo resucitado, no podían callar y salieron en todas direcciones para contarlo. Gracias a san Pablo conocemos el núcleo central de lo que predicaban aquellos testigos oculares: “Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. (1ª Cor. 15, 3-8)