MIÉRCOLES DE PASCUA

Nada te turbe. Santa Teresa de Ávila

Nada te turbe,

Nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda.

La paciencia

Todo lo alcanza;

Quien a Dios tiene

Nada le falta:

Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,

Al cielo sube,

Por nada te acongojes,

Nada te turbe.

A Jesucristo sigue

Con pecho grande,

Y, venga lo que venga,

Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo

Es gloria vana;

Nada tiene de estable,

Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,

Que siempre dura;

Fiel y rico en promesas,

Dios no se muda.

Ámala cual merece

Bondad inmensa;

Pero no hay amor fino

Sin la paciencia.

Confianza y fe viva

Mantenga el alma,

Que quien cree y espera

Todo lo alcanza.

Del infierno acosado

Aunque se viere,

Burlará sus furores

Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,

Cruces, desgracias;

Siendo Dios su tesoro,

Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;

Id, dichas vanas;

Aunque todo lo pierda,

Sólo Dios basta.

MARTES DE PASCUA

En la ciudad vieja de Jerusalén se encuentra la basílica donde se conserva el lugar de la tumba de Jesús y, por tanto, el de su resurrección.

Durante la noche santa de la Resurrección está abarrotada la basílica de cristianos ortodoxos que esperan ansiosos la hora de esa resurrección. Allí oran unos, duermen otros, esperan todos. Y poco después del alba, el patriarca ortodoxo de Jerusalén penetra en el pequeño edículo que encierra el sepulcro de Jesús. Se cierran sus puertas y allí permanece largo rato en oración, mientras crece la ansiedad y la espera de los fieles. Al fin, hacia las seis de la mañana, se abre uno de los ventanucos de la capillita del sepulcro y por él aparece el brazo del patriarca con una antorcha encendida. En esta antorcha encienden los diáconos las suyas y van distribuyendo el fuego entre los fieles que, pasándoselo de unos a otros, van encendiendo todas las antorchas. Sale entonces el patriarca del sepulcro y grita: ¡Cristo ha resucitado! Y toda la comunidad responde: ¡Aleluya!

Y en ese momento se produce la gran desbandada: los fieles se lanzan corriendo hacia las puertas, hacia las calles de la ciudad con sus antorchas encendidas y las atraviesan gritando: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! Y quienes no pudieron ir a la ceremonia encienden a su vez sus antorchas y como un río de fuego se pierden por toda la ciudad.

Sería propio de todos los cristianos dejar arder las antorchas de nuestras almas y salir por el mundo gritando el más gozoso de todos los anuncios: que Cristo ha resucitado y que, como Él, todos nosotros resucitaremos.

SÁBADO SANTO

La pascua del Señor es la acción con la cual Jesucristo, como hombre, se hunde en la muerte, la destruye y llega por la ascensión y resurrección a colocar la humanidad a la derecha del Padre.

Dice san Agustín que Navidad es un recuerdo, un aniversario (recordamos con alegría que el Señor nació). Pero ocurrió hace ya 2000 años y aquello pasó. Continúan los frutos pero el nacimiento ocurrió entonces. En cambio Pascua es un sacramento. Un sacramento es cuando, aquello que yo recuerdo con mi mente, además, se hace realmente presente aquí a través de unos signos. Nosotros tenemos un sacramento de la muerte y de la resurrección de Jesús, de su Pascua. Y es lo que celebramos cada domingo, día en que Cristo pasó de la muerte a la vida.

Nadie vio el momento de la resurrección. Sabemos que fue en una madrugada como ésta del sábado al domingo. Por eso, esta noche es la más santa del año. San Agustín la llama la “madre de todas las noches”. Y la Iglesia esta noche está en vela, expectante, esperando la llegada del Resucitado. El pregón de la Vigilia Pascual es una proclamación que resume y explica admirablemente lo que celebramos en esta liturgia solemnísima.

VIERNES SANTO

Es Viernes Santo. Tal día como hoy, el cordero pascual “que quita el pecado del mundo” era crucificado fuera de los muros de Jerusalén en una cantera, llamada Gólgota, al oeste de la ciudad. Y su sangre derramada, que salpica las jambas de las puertas de las murallas de la ciudad como en la salida de Egipto, sirve para salvar de la muerte a los hombres de ayer, hoy y siempre.  El Viernes Santo conmemoramos, no solo la muerte del Señor, sino la muerte que da Vida.

Según la ley romana, el suplicio de la cruz iba precedido de la flagelación del condenado. Esta se hacía con un látigo de mango corto compuesto de dos correas gruesas y anchas terminadas con dos bolas de plomo. Este tormento provocaba desgarraduras en la piel y los músculos con profundas heridas contusas y abundante sangre.

La cruz estaba formada de dos piezas: la vertical que estaba anclada al suelo y la horizontal, llamada “patíbulo de la cruz”, que era un madero de unos 50 kgs. de peso. El reo era fijado a la cruz habitualmente con clavos y se colocaba una especie de repisa sobre la que descansaban los pies. Las ejecuciones se realizaban en un lugar establecido donde estaban levantados permanentemente varios troncos de cruz que medían entre dos y cinco metros. En la parte alta se clavaba el “título” o cartel donde se especificaba el nombre del condenado y el motivo de la condena.

Después de los azotes en los locales de la guardia del tribunal se obligaba al condenado a llevar a pie el madero horizontal hasta el lugar de la ejecución. Llegado al lugar, el reo era tendido en el suelo sobre el madero (patíbulo) con los brazos abiertos. Cada palma era fijada al madero mediante un clavo de carpintero de unos 15 centímetros de largo introducido a la altura de la muñeca. Luego el madero horizontal era colocado sobre el extremo superior del tronco de la cruz. A continuación, el verdugo doblaba las rodillas del reo colocando el pie derecho sobre el izquierdo y fijaba estos al tronco de la cruz con un clavo que atravesaba los metatarsos. La agonía podía durar varias horas. En ocasiones se aceleraba la muerte mediante la rotura de las piernas para agilizar la lenta asfixia perdiendo el reo toda posibilidad de apoyo para realizar el movimiento de inspiración. Finalmente, cuando la autoridad accedía a la petición de los familiares para enterrar el cuerpo, era obligado dar el “golpe de gracia” con una lanza en el costado derecho para asegurar la muerte del condenado.

Hoy la Iglesia nos invita a adorar el misterio de la Cruz aclamando: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”

JUEVES SANTO

El jueves santo es la llave que abre el gran Triduo Pascual. Es el día de la reconciliación fraterna. La misa de la tarde, de la Cena del Señor, clausura la Cuaresma y conmemora la institución de la Eucaristía.

La víspera de la Pasión Jesús tomó pan y vino y celebró en aquella mesa con sus apóstoles lo que los días siguientes acontecería en la cruz y en el santo sepulcro. La Última Cena, y por tanto la eucaristía, no es una cena de despedida sin más. En ella se realiza el misterio pascual: se actualiza la Pascua de Jesús, el paso de la muerte a la resurrección del Señor. No solo lo recuerda sino que lo contiene. Nos encontramos, por decirlo así, al pie del Calvario y junto al Santo Sepulcro. Se superan el espacio y el tiempo y nos colocamos en el mismo momento de la resurrección del Señor.

Y comienza el Triduo Pascual… que es la celebración del misterio del tránsito de la muerte a la vida de Cristo. Lo hacemos como una única celebración que empieza con la Última Cena tras la que Jesús sale con los apóstoles hacia el huerto de Getsemaní donde es apresado. Sigue con el oficio del Viernes Santo donde se proclama toda la Pasión y muerte del Señor invitándonos a adorar esa cruz de la que tantas veces huimos cuando se presenta en nuestra vida. Y al final del Sábado Santo de la sepultura del Señor, al atardecer, nos volvemos a reunir en la Santa y Solemne Vigilia Pascual donde la Iglesia se sumerge en la noche santísima en que Cristo resucitó.

Este año se nos concede celebrarlo de una forma diferente y única, con más intimidad que nunca. Está el Señor

esperándonos para derramar sus gracias sobre nosotros. Que ningún “faraón” nos impida salir a su encuentro.

MIÉRCOLES SANTO

La liberación pascual del pueblo de Israel en Egipto fue cierta y una auténtica gracia de Dios, aunque pobre.  Es verdad que fueron salvados de un faraón que los hubiera tenido esclavizados muchos años más; pero, al final, hay una esclavitud de un “faraón” peor que es el sepulcro.  Aquella liberación fue importante pero limitada.

Cuando yo, cristiano, me dedico con toda mi alma a que en una sociedad donde hay muchas injusticias, los pobres empiecen a poder vivir con la dignidad humana debida, les hago un verdadero bien y les doy una buena noticia y una cierta felicidad. Es una gran obra sí, pero es pobre porque aquel hombre que antes era un esclavo y ahora tiene una cierta dignidad humana, vendrá un tiempo en que se pondrá enfermo, se morirá, lo meterán en un ataúd y lo llevarán al cementerio. Entonces, esta liberación que yo le he procurado es verdadera, pero limitada y pobre. Hay una redención que yo no puedo darle y es la limitación de la muerte. Por eso, aquellos que vieron a Jesús morir y luego resucitado; aquellos que comieron, hablaron y tocaron a Cristo resucitado, no podían callar y salieron en todas direcciones para contarlo. Gracias a san Pablo conocemos el núcleo central de lo que predicaban aquellos testigos oculares: “Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. (1ª Cor. 15, 3-8)

MARTES SANTO

La Pascua judía (también conocida como Pésaj) es la festividad solemne que celebra el paso de la esclavitud de Egipto a la libertad. En esa noche de la liberación, la más importante del año, se reúnen por grupos familiares y tiene lugar la celebración doméstica en el marco de una cena llamada Séder. Se come el pan ácimo además de otros platos como el cordero, el huevo cocido y las hierbas amargas. La fiesta se divide en tres partes con abundantes bendiciones y cantos a Dios: el rito del pan con el Haggadá (la narración de toda la historia de salvación que Dios ha hecho con Israel), la gran cena y la copa de la bendición. Participan también los pequeños entusiasmados con esta noche tan diferente donde saben que Dios va a pasar realmente en medio de ellos como pasó en Egipto. Y dejan la puerta entreabierta y una silla vacía en la espera de que sea esta Pésaj, por fin, en la que vendrá el Mesías prometido.

Jesús fue crucificado en Jerusalén un viernes hacia el año 30. La noche anterior los hebreos celebraron en sus casas el Séder de Pésaj. El judío Jesús, como todos los años, también se reunió con sus discípulos ese Jueves Santo al atardecer para celebrarlo. Hicieron memorial (que no simple recuerdo) de la salida de Egipto, haciendo presente que aquella liberación se hace actual en nuestro hoy y también es promesa de futuro. Consciente de su muerte redentora inminente, Jesús, el Mesías esperado, va a transformar el Pésaj en la Pascua definitiva, memorial de su redención, cumplimiento pleno de lo que Israel espera y las Escrituras anunciaban. Es el nuevo éxodo donde Jesús pasa rescatándonos de nuestras esclavitudes y miserias; pasa perdonando y salvándonos; pasa ofreciendo su propio cuerpo y su propia sangre como Cordero inmaculado que lleva sobre sí los pecados tuyos y míos; pasa para llevarnos al Reino, a gustar Vida Eterna ya aquí como antesala de lo que nos espera en el Cielo, en la Pascua final, cuando él vuelva victorioso a buscarnos.

LUNES SANTO

El libro bíblico del Éxodo nos relata cómo Moisés intenta convencer al Faraón para que deje marchar al pueblo de Israel rumbo a la Tierra Prometida por Dios. Después de nueve plagas que asolan a Egipto, el corazón del rey seguía endurecido y negado. Y Dios envía la terrible décima plaga. Moisés manda a los israelitas prepararse para salir. Deberán reunirse por familias, preparar un cordero para cenar, rociarán con la sangre del animal las dos jambas y el dintel de la casa donde lo coman. Lo comerán así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano y a toda prisa  “porque es la Pascua, el Paso del Señor”. Aquella oscura noche pasó el Ángel exterminador por Egipto matando a todo primogénito. Cuando veía una puerta pintada con la sangre del Cordero pasaba de largo. Y el texto bíblico prosigue: “Aquella noche se levantó el faraón, sus servidores y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. El faraón llamó a Moisés y Aarón de noche y les dijo: «Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los hijos de Israel”.He aquí la historia de 10 epidemias que asolan un gran imperio que se creía invencible. Y de un gobernante y un pueblo que no supo entender a la primera, ni a la segunda, ni a la novena. Tuvieron que ver entrar la muerte en sus casas y llevarse a seres queridos para doblegar su soberbia.

la parroquia de Buenavista